Las familias que llegan justas a final de mes lo tienen claro. Primero se paga el piso, después la comida y luego el resto de gastos, entre los que se encuentran los recibos de luz, agua y gas. Sin embargo, estos gastos, siguen siendo demasiado altos para muchos hogares que no pueden cubrir sus necesidades básicas de energía. Es lo que se conoce como pobreza energética.
Esa pobreza energética ha llevado a muchas familias a realizar algo parecido a una economía de guerra. Se apagan las luces, aunque hagan falta; las mantas y la ropa de abrigo sustituyen a encender la calefacción; se ponen las lavadoras justas; la ducha es rápida y a veces semanal; se aprovecha el agua de las fuentes públicas… El ahorro de los gastos energéticos es una prioridad para muchas familias.
Y en esta economía de guerra, la bombona de butano tiene un papel protagonista. Durante los años más duros de la crisis, muchas familias se daban de baja en el servicio de gas natural para volver a las bombonas de butano. La antaño popular bombona naranja se ha convertido en la energía de los pobres y la cada vez mayor presencia de los camiones de butano en las calles de nuestras ciudades es el síntoma más visible de la pobreza energética. Con una bombona puedes ir tirando, controlar más cuando la gastas, puedes llevarla de un sitio a otro para calentar las habitaciones en las que se esté y si hay dinero cuando pasa el camión, se compra otra.
El precio es factor clave a la hora de elegir la botella de butano
El porqué de esta segunda juventud de la bombona de butano está muy claro: el precio. Es un gasto controlable y que se puede asumir. No como con la luz y el gas, cuyo precio se ha ido incrementando durante los últimos años. Y además, hay que sumarle los costes fijos en el recibo, unos costes que no tiene la bombona de butano. Esta fuente de energía tiene un precio y, aunque con las revisiones bimensuales que realiza el Gobierno ha subido hasta los 14,69 euros la bombona, un 14% más cara que en enero de 2017, según Facua, sigue siendo la opción más barata para calentar un hogar o para cocinar.
A ello se une que la bombona de butano tiene un mayor poder calorífico que el gas natural (12,7 kWh por cada kilo frente a los 10,8 kWh por m3), con lo cual, calienta antes una estancia y se puede controlar mejor el gasto.
Pero la bombona de butano, aunque es una opción más económica que el gas natural también es una alternativa menos segura. Aumentan los accidentes domésticos y se pierde calidad de vida. Una mala manipulación o mantenimiento puede provocar escapes de gas, explosiones, intoxicaciones… Además, no es muy agradable estar duchándose y tener que salir corriendo a cambiar la bombona de butano porque se ha acabado en ese momento.
Según la Asociación de Ciencias Ambientales, entre 2.300 y 9.300 muertes prematuras al año en España pueden deberse a la pobreza energética. Además, según la ONG Ecodes, el número de personas que sufren pobreza energética se ha duplicado en los últimos ocho años. Un 11% de los hogares españoles, alrededor de cinco millones de personas, no pueden cubrir sus necesidades mínimas de energía, ya que tienen que elegir entre mantener su casa a una temperatura adecuada o cubrir otras necesidades esenciales. Una situación que ha crecido un 22% en los últimos cinco años.
Las soluciones contra la pobreza energética pasan por un papel protagonista de las administraciones, ayudando a las personas más vulnerables, con iniciativas enfocadas a buscar soluciones permanentes y duraderas en el tiempo. Por un lado, la formación e información al usuario para reducir el analfabetismo energético y complementar la formación de los técnicos de servicios sociales en materia de energía (contratación, eficiencia, confort, etc.), ya que son la piedra angular para la solución de este problema.
Por otro lado, iniciativas como el bono social, impedir los cortes de suministro o apostando por políticas de desarrollo sostenible que impulsen el ahorro y la eficiencia energética y el uso de energías renovables. También las empresas energéticas deben apostar por un modelo energético más justo, participativo y sostenible, en lugar de solo por los beneficios.